viernes, 1 de noviembre de 2013

CINE ALTERNATIVAMENTE MOLESTO



Eran varias personas, y se agradece que no fueran las típicas familias que van con cinco niños a bordo, todo ellos molestos, y que no hacen más que llorar en la sala de cine. Tampoco estaban por ahí esas parejas adolescentes que se dedican al cotilleo más que a apreciar la cinta, y por supuesto que ese aire alternativo que se aprecia en los que uno a uno comienzan a comprar las boletas lo hace sentirse a uno medianamente bien, por lo menos seguro en la intención de apoyar películas alejadas del a veces molesto glamour comercial.

Marcaban las 7 de la noche si mal no recuerdo, y las taquillas de una de las salas independientes más importantes de Bogotá estaban a reventar. Como no, eran los últimos días del festival de cine francés y muchos no querían desperdiciar la última oportunidad de ver esa película que les habían recomendado o que les suscitaba interés como era mi caso.
Y es que a la cinta francesa “Holy Motors” se le enalteció el año pasado desde diversos sectores; la prensa especializada, los cineastas, los festivales, y hasta los espectadores del común no dudaron en calificarla como la mejor película del año pasado en Europa.

Con semejante historial de fondo el perdérmela sería casi que sacrílego, hubiese sido un irrespeto a la cinematografía no convencional; esa que desprecia las explosiones ruidosas y el tumulto popero del cine mainstream, cosa con la que no puedo estar más de acuerdo. Entonces queda claro que decidirme a ver la última cinta del francés Leos Carax era una convicción absoluta a la que le tendría que tendría que asistir casi que religiosamente.

Dos horas después de ingresar a la sala y rodearme de yuppies gafa-pasta y encopetados señores de finas maneras tuve que abandonar el recinto con la cabeza baja, pues desde el descalabro que me significo ver la abominable “En Coma” no me había sentido tan defraudado por una proyección en la que tenía muchas esperanzas.

Pero por favor, no comparemos, que la ya citada película de Juan David Restrepo se cae por  sí sola, en cambio, el experimento de Leos Carax responde a una edulcoración casi que inexplicable y a un fenómeno muy recurrente a nuestros días que se cobija bajo una sola palabra: “Snob”.

Con muchos motes rondando en la cabeza para poder definirla me decidí por el de “pajazo mental”, en términos más coloquiales, porque sencillamente no encuentro una palabra más adecuada para calificar al supuesto mejor film de 2012, título que le pesa y dudo de que le haga justicia.

Pero quien soy yo en comparación con esos ilustres personajes de la industria europea, que saben más de arte, de vivencias, de ciencias y obviamente de cine que este triste mortal que escribe desde una calle del tercer  mundo. Queda claro que mi nombre y mi opinión no tienen ningún valor frente a los amos de la vanguardia que saben perfectamente que puede ser llamado revolucionario y que no.

Y a la cinta en cuestión la etiquetaron como “genialmente anárquica”, un adjetivo que suena bastante bien, suena a antisistema, pero sobretodo sabe a pretencioso, porque eso es lo que es esta película, un cumulo de ideas abstractas y de sinsentidos disfrazados de arte contestatario que no cuentan nada, no suscitan nada y no invitan a pensar en nada.
Carros que hablan, un personaje sin rumbo fijo, chimpancés que viven con humanos, un hombre que muere y resucita constantemente o un musical con Kylie Minogue. Seguro que ninguno de estos elementos suenan atrayentes en una película y menos si están todos juntos, pero si les decimos que hacen parte de la nueva consentida de los cinéfilos del viejo continente entonces el panorama cambia y lo que parecía absurdo se vuelve mágicamente contestatario.

No me puedo definir como un tradicionalista en cuestiones del séptimo arte, o alguien que solo aprecia lo clásico, por supuesto que no, pero aun con todas las posibilidades de experimentación que permite el cine hay un par de cosas que se deben respetar y creo firmemente que una de esas es el contarnos algo, que sea bueno o malo, innovador o repetitivo dependerá de muchísimos factores e impresiones pero siempre debe haber una intención por comunicar algo, eso a mi modo de ver es indiscutible en cualquier película.

Y  es precisamente eso lo que no pasa en Holy Motors, una producción que debo decirlo, me ofende profundamente por su posición arribista, su postura de contrariar a los cánones clásicos de una manera absurda, de una manera tonta, como la de esos niños que le llevan la contraria a sus padres solo porque sí. Al no haber una posición clara del porqué de esta película me parece que su valor es nulo, y muy a pesar de lo que digan todos los intelectuales sobre lo grandilocuente de su quimera y de lo visionario del vacío que propone los 120  minutos de metraje me cuesta dejar de verla como un enorme espectáculo sustentado en la nada.

Aun escribiendo estas líneas pensé que tenía mucho que decir al respecto, y me encuentro con que no, no tengo tanto que agregar porque el resultado visto no me lo permite. Es que sencillamente fui cómplice de un orgasmo esnobista que responde mas a la búsqueda de una nueva corriente a la que aferrarse que al verdadero gusto que pueda generar un producto de estas características, que no es más que un lienzo garabateado sin razones de fondo, hecho pura y llanamente porque sí.


Francamente toda esta verborrea mencionada ya fue dicha por el maestro Woody Allen, experto en satirizar a la vanguardia neoyorquina, y lo hizo con con mejores palabras